Por Mar Barcón | A Coruña | 14/12/2009
Nicaragua, 2009. Cientos de carteles en las calles llaman a celebrar el aniversario de la revolución.. Dicen algunos que la cartelería y su diseño son obra de Rosario Murillo, la esposa de Daniel Ortega, verdadera “dama de hierro” y el poder en la sombra… Los nicaragüenses miran, escépticos los carteles y recuerdan que un dia fueron capaces de soñar con una revolución de las de verdad, de esas que cambian la vida a las personas, de esas que traen la democracia, de esas que convierten el atraso en igualdad, el terror en libertad…
Nada de esto ha sido así. Treinta años no han servido para mejorar la vida en Nicaragua; tan sólo para aumentar la desesperanza. Ortega, aquél joven comandante que un día simbolizó el futuro, es hoy la caricatura de un gobernante perseguido por sus detractores y, sobre todo, juzgado por aquellos que un día confiaron en él para cambiar sus vidas. Desde Ernesto Cardenal, aquél sacerdote públicamente reprendido por el Papa por sumarse a la revolución, que hoy reniega de los “falsos sandinistas que traicionaron al pueblo” hasta su hijastra – hija de Rosario Murillo – que lo acusó de violación, todos dudan ya del otrora amado comandante. Por si fuera poco, ahora la familia del fallecido alcalde de Managua, el campeón de boxeo de los sesenta, Alexis Argüello, que acusan al Gobierno de Ortega de la muerte del deportista metido a político que nunca terminó de sentirse cómodo en su nuevo papel.
Pero lo peor del aniversario no son los escándalos sino el escaso avance que ha supuesto el sandinismo en Nicaragua. Intolerables cifras de analfabetismo, persecución de la prensa y los opositores políticos, un éxodo imparable y una desigualdad en aumento, ponen en cuestión que aquellos jóvenes que un dia entusiasmaron al mundo hayan cumplido una mínima parte de su objetivo. Nicaragua llora, titulaba un reportaje en julio de este mismo año en el aniversario de la revolución; llora de impotencia, de rabia y de tristeza porque aquella alegría que llegó hasta una fría alameda del finisterre europeo acabara congelada en la sonrisa de un falso comandante.