No es suficiente que mostremos nuestro asombro y nuestro pesar por las víctimas, por la violencia ejercida directamente contra las mujeres y también, no hay que olvidarlo, contra los menores, contra los hijos de esas mujeres, ya sean testigos o receptores de ella. Debemos tener presente además que los hoy niños, tras educarse en ese contexto, pueden convertirse mañana en brazos ejecutores de esa violencia.
No es suficiente que los gobiernos, ya sean de ámbito local, regional o nacional, anuncien con relativa frecuencia medidas “innovadoras” con las que intensificar la cruzada en la que se ha convertido el profundo y sincero deseo de extirpar de raíz este verdadero terrorismo social.
La violencia de género se ha convertido en un mal endémico y horizontal, que no hace distinciones entre clases sociales, status económico o nivel cultural. Y lo peor de todo es que todavía no despierta en nosotros un rechazo suficientemente contundente y su erradicación no se visualiza como una de nuestras principales preocupaciones u objetivos.
Solo si conseguimos asimilar e interiorizar el término de tolerancia cero y ejercemos la labor conjunta de aislar socialmente y sin contemplaciones al agresor, podremos ganar esta batalla.
Aquí no valen excusas. Este es un problema de todos, que nos afecta a todos y que tenemos que solucionar entre todos. Concienciarnos de ello es el primer paso; actuar, el segundo.