Una iglesia de atrezo

Hace tiempo que no voy a misa pero sigo sintiéndome a gusto en las iglesias.

Por Manel Pardo | Ames | 26/10/2010

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Los templos son un lugar tranquilo para reflexionar y no creo que nadie dude que, al igual que otros muchos edificios de distintas religiones, tienen algo especial; muchas veces al pasar por el casco antiguo de Compostela cruzaba el interior de la catedral y si tenía tiempo me sentaba un rato aunque solo fuera para quitarme esas sensación de “no parar” que nos acompaña en esta sociedad en la que vivimos; si quisiera hacerlo ahora tendría que dejar mis cosas en una consigna y entrar libre de bultos sospechosos, una forma como otra cualquiera de vender eficacia, la realidad es que un atentado no es evitable y si minimizas los riesgos de que se cometa en un punto los aumentas en otro y tanto lo creo que desde que pusieron los controles en la catedral he dejado de ir a la plaza de abastos los jueves. Me declaro creyente a riesgo de que se me catalogue y etiquete con esa rapidez que tanto nos gusta, como creyente me molesta todo lo que está pasando con la visita del Papa por que no es que los mercaderes hayan entrado en el templo es que se han hecho fuertes y ahora además nos lo alquilan; le recomendaría a los católicos y a sus sacerdotes la lectura de La Catedral del Mar de Ildefonso Falcones para que recuerden quien construyo esos templos de los que se han apropiado y con los que negocian o hacen negocio. La iglesia hace muchos años que no representa a los creyentes pero aun así la mayoría de los medios aceptan las declaraciones que en ese sentido hace el vaticano, desde que hace cientos de años decidieron que unos evangelios eran apócrifos y otros no han seguido un camino cada vez más alejado de las palabras de Jesús;  fuera este un verdadero hijo de Dios o un revolucionario verbos como compartir, perdonar, dialogar, tolerar, siguen siendo enseñanzas válidas al margen de la fe que uno tenga pero la iglesia ha decidido que todas las Marías Magdalenas son malas, que lo de que un rico reparta su patrimonio entre los pobres mejor si se hace con su mediación que ellos ya saben quien lo necesita más, que los hijos pródigos están bien si antes se humillan y así hasta que uno acaba pensando que o muy tontos somos o muy listos son ellos.

Lo malo de la visita no es el gasto que tiene, lo malo es que a poco que uno razone esos gastos se reducen una barbaridad; no construyamos palcos y llevemos a la gente al monte del gozo, no lo hagamos pasear por la carretera del aeropuerto a Santiago con todo lo que supone en pluses a las fuerzas de seguridad del estado y traigámoslo por la autovía en un coche normal y de paso nos ahorramos el papamóvil, y así podríamos seguir pensando para acabar por darnos cuenta de que aquí alguien, como con el precio de la leche, se está llevando un buen pellizco. ¿Cómo se pueden gastar millones de euros del erario público y al mismo tiempo pedir a los empresarios que contribuyan y a los feligreses que aporten dinero? La desfachatez de esta iglesia se refleja en tipos como Francisco José Fernández de la Cigoña que, como otros muchos, desde su garantizada vida se atreve a pedir que despidan a un periodista y a dar clases de ética y moral cuando seguro que fue el primero que se rió con las caricaturas de Mahoma, en esos curas que llegan a los entierros en Audi y te tratan como a un cliente más que como a un feligrés, en esas señoras de visón al cuello, siguen existiendo, que miran a los pobres como animalitos a quien adoptar, en esos políticos que les permiten todas esas tropelías pensando que así ganaran un puñado de votos, y en muchos más que todos conocemos.
 
En cierta ocasión un amigo que tuvo que negociar con la iglesia un convenio para sus trabajadores me contó que nunca había sentido tanta presión en su dilatada carrera sindical “si o chego a saber antes Manel ¡non me meto!”, esperemos que, como él, cada vez tengamos menos miedo a decir lo que pensamos y que, al margen de las creencias de cada uno, denunciemos los abusos de una institución que no tiene nada que ver ni con el espíritu que la inspiró ni con lo que nos quieren vender.  

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