Por Diego E. Barros | Miami (USA) | 07/12/2010 | Actualizada ás 13:08
El tiempo cura todas las heridas. Incluso las más profundas y que afectan a la identidad de una comunidad. Fue el caso de la lengua. La primera vez que visité Miami hace unos años fue haciendo una escala en un vuelo procedente de Puerto Rico. Me sorprendió que en San José se dirigieran a mí en inglés antes de saber que era español. En Miami, por el contrario, la lengua de Cervantes fue la primera opción. Luego me di cuenta que Miami y sus alrededores es sólo una isla dentro del estado. Basta con alejarse hasta Pompano Beach, a escasas treinta millas hacia el norte por la Interestatal 95, para que el español se haga más difuso, aunque sigua estando presente en muchos de sus ciudadanos.
“Hoy día, cualquiera que quiera triunfar en Miami debe hablar las dos lenguas, español e inglés”. Ivonne Cuesta rememora las dificultades a las que tuvo que hacer frente los meses siguientes a su llegada a la ciudad. “Yo no conocía el idioma, ir a la escuela era un verdadero suplicio. Me acuerdo de que las maestras me regañaban ‘aquí no se habla español, hable ingles, o guarde silencio’, me decían y ni siquiera sabía cómo pedir permiso para ir al servicio”. Para su madre la situación era mucho más frustrante. Peluquera de profesión, tenía terminantemente prohibido hablar español en público, incluso si ambos interlocutores eran de origen hispano. Se trataba de un idioma para la intimidad del hogar. “Hoy algunas de sus clientas más antiguas son las que le piden que les hable en español porque quieren practicarlo”. Ivonne Cuesta tiene una niña de dos años cuyo padre es de Barcelona. “Mi hija será bilingüe y si Dios quiere también hablará catalán”, asume con una sonrisa.
La batalla del idioma en el Miami de los años ochenta parece hoy superada. No fue fácil. Tras varios intentos anteriores fallidos, en marzo de 1980, Andrés Meijides, un concejal latino de Hialeah presentó una iniciativa local para que el Ayuntamiento ofreciera a sus ciudadanos licencias, permisos y formularos de solicitud bilingües. Tras un nuevo e intenso debate, la reforma lingüística fue rechazada. Pero la mecha estaba prendida y ya no había marcha atrás. Cada vez más cubanos se registraban para votar. Los recién llegados se unieron a los veteranos en EEUU y, junto a la comunidad portorriqueña, llevaron a Raúl Martínez a la alcaldía al año siguiente.
Época de referendums
En noviembre de 1981 una ciudadana blanca promovió un referendo en el condado de Dade (al que pertenecen Miami y Hialeah) con el propósito de prohibir el uso de fondos públicos para traducir documentos oficiales a otra lengua que no fuera el inglés. La campaña dividió aún más a las comunidades que sólo hablaban inglés y las que eran bilingües o sólo hispanohablantes. La ordenanza anti bilingüe fue aprobada por abrumadora mayoría. Tan sólo el 41% de la población del condado era hispana en 1981 y menos de un 25% estaba inscrita como votante. La prohibición de traducir al español cualquier papel informativo oficial, guía o formulario de un hospital duró los siguientes trece años. Para entonces, los líderes de las tres comunidades ―blanca, negra e hispana―, fueron quienes de superar diferencias y viejos rencores para convivir en paz. Nada pudo evitar ya el peso de la demografía y tras la turbulenta década de los ochenta, los habitantes del sur de la Florida se acostumbraron a la nueva realidad de una región multicultural y plurilingüe.
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